Los pasteles me dan la impresión de que se puede hacer grandes cosas, pero hasta ahora no les he cogido el truquillo. Son como ceras, y en el momento que se empasta una zona ya no hay forma de hacer vida de ella.
Santiago ha dibujado una mamá osa con su retoño, y luego ha aprendido la lección de saber cuándo dejar un cuadro: al final ha metido un perro por medio que desmejora la composición que había hecho el tío.
Marta, con claras influencias del anime japonés se decanta por el buenrrollismo y los corazones. Se le dan bien los bichos por alguna razón que desconozco, y desde luego no tiene que ver con la genética pues yo no he sabido dibujar un animal en mi vida.
Mañana pádel a muerte (si me deja la lesión, que hoy en el rugby me he resentido bastante), y luego otra sesión de pintura a ver si pillo el truco a los neopasteles estos.

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